8.10.12

Apuntes para un ensayo sobre la tristeza que jamás escribiré

La tristeza es el desacuerdo. El desacuerdo de cualquier tipo. Con otro, con la existencia, con las ganas de defecar que tiene tu perro en ese lugar donde no debe defecar. La tristeza es también no encontrar mayores sorpresas, que la realidad se vuelva previsible. Lo previsible no es lo aburrido. Aburrido seguramente es permanecer internado, pero una internación a uno lo puede hacer finalmente feliz, o devolverlo a la vida, o a la cordura. A mí alguna vez me pasó. Bueno, más o menos. Lo previsible, en cambio, es saber que hoy también habrá fideos, que vas a volver a caer en todos tus vicios y todos tu errores, que cuando quieras recostarte a descansar sientas que no podés, que, como la noche anterior, el cerebro es un insecto, como decía Spinetta, pero al que no tolerás porque te habla, como no decía Spinetta. La tristeza es volver a comprarte un atado de cigarrillos. Es subirte al auto, si tenés la suerte de tener un auto, y saber que es un auto que te va a dejar tirado por alguna parte una vez más. Supone, la tristeza, reconocer que inexorablemente las cuentas vencen y que hay que pagarlas. Que el amor no es igual hoy que ayer. Implica, la tristeza, asumir la naturaleza corrupta, caída y destrozada del género humano, y la imposibilidad del género humano de ser como dioses. La tristeza es pensar en revoluciones. La tristeza es la esperanza mal entendida. Aquella que no acierta en un elemento fundamental: que nada, jamás, es definitivo. Triste es la democracia. La esperanza de los místicos, en cambio, resulta una esperanza desesperanzada, una esperanza desde la noción interna de incapacidad. La esperanza de los mártires y santos no es una esperanza propia, intrínseca, es una esperanza dada, que no encuentra fundamento en la razón. Luego también, la tristeza, es un soberano acto de injusticia que, en la medida en que se cae en la cuenta de que lo es, es todavía más triste todo. Vos no podés estar triste viendo al otro lo que padece. A ese chico que camina chanfleado, que tiene ocho años y ya camina chanfleado, sin una pierna, con la cadera mal llevada. Vos entonces estás triste porque estabas triste y ahora todavía más. Porque no tenés derecho. Y todavía estás más triste, súper triste, harto triste, tristísimo, porque comprendés que estás en desacuerdo con vos mismo y porque ves toda tu injusticia, previsible, con fecha de vencimiento, como tu vida, como la cuenta del gas. Que igual va a volver al mes siguiente. Y así, sucesivamente. Iupi.

No hay comentarios:

Publicar un comentario